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¿Por qué Europa conquistó el mundo?


 ¿POR QUÉ EUROPA CONQUISTÓ EL MUNDO?




La obra de Philip T. Hoffman: ¿Por qué Europa conquistó el mundo? es una gran argumentación, que te invita a realizarte a ti mismos muchos interrogantes a lo largo de toda la lectura. Uno de los más importantes y que más me he repetido a mí misma es ¿por qué consiguió Europa conquistar el 84% del planeta y no los chinos, japoneses, otomanos o asiáticos del sur? 



Tras su análisis he llegado a comprender que en Europa existen muchos de los países que desde los comienzos de las tecnologías más básicas, como lo fue en su momento la destacada tecnología de la pólvora, son los más avanzados y como desde después de la Revolución Industrial Europa se empapó de enormes avances que le hicieron desarrollarse de una forma brutal, alentando sus economías positivamente, en contraste con la de Asia, o China, en concreto.

Durante todo el libro se ve una clara y constante comparación entre Europa y Asia que es fundamental para la comprensión de los puntos claves donde hay que hacer hincapié. Y es que es muy interesante y valioso para los historiadores y economistas actuales ver como estos dos continentes evolucionan desde cero a la par, como lo hacen de forma distinta y como las economías de sus respectivos países son capaces de tomar decisiones y afrontar distintos problemas. Para llevar a cabo todo esto se debe seguir un modelo, el cual va unido a unas condiciones que habrá que cumplir para que cualquier economía pueda innovar y crecer.

El libro habla abiertamente sobre las condiciones que deben darse prolongadamente en una zona para que sus habitantes procedan a aventurarse y lanzarse a la conquista del mundo son las siguientes: Debe haber frecuentes guerras entre los Estados que comparten una región geográfica delimitada; los gobernantes deben enfrentarse a costes políticos semejantes para movilizar recursos y deben combatir por un premio que sea valioso en proporción a los costes fijos de establecer un sistema de impuestos y un aparato militar. Tampoco puede haber enormes diferencias en el tamaño de los países o de las economías o en su capacidad para obtener préstamos, aunque si un país pequeño tiene una gran capacidad de financiación y podrá enfrentarse a un país mucho mayor.  

Además, los costes de los gobernantes para llegar a los recursos necesarios deben ser semejantes pero bajos a la vez; los gobernantes deben hacer abundante e intenso uso de la tecnología militar moderna (tecnología de la pólvora), no de la tradicional. Y, por último, la tecnología militar "de punta" debe estar a disposición de los gobernantes que peleen entre sí (los monarcas europeos utilizaban los mismos ingenieros y arquitectos militares continuamente). En estas condiciones, se puede desarrollar una competencia muy intensa por ser un poco mejor que los rivales y esta competencia  inducirá la innovación en todos los aspectos relacionados con la actividad militar. 

Hoffman sostiene que los reyes europeos mantuvieron una "competición"  a lo largo de cuatrocientos años aproximadamente por la hegemonía en Europa sin que nadie la lograra por razones no tanto geográficas como históricas (la división en Europa tras la caída del Imperio romano) y razones político-religiosas (la centralización de la autoridad eclesiástica cristiana en el Papado que logró que la Iglesia prevaleciera sobre los reyes, la debilidad de los líderes, etc). En este sentido, el libro de Hoffman le da un gran apunte a la evolución histórica y cultural europea. 

Por otro lado, Europa no fue más rica que el resto del mundo civilizado, probablemente, hasta la Revolución Industrial. Los gastos de los Estados eran militares prácticamente en su totalidad. Pero los Estados europeos, a diferencia de los del medio oriente y los asiáticos tenían una capacidad fiscal muy superior para conseguir recursos y destinarlos a la guerra, lo que convirtió a Europa en el mayor continente en realizar innovaciones financieras. Y aquellos Estados más "democráticos", en el sentido de poder de los reyes más limitado por la nobleza y la burguesía, eran los que tenían mayor capacidad para extraer recursos de sus poblaciones con destinos militares. Francia, España, Holanda y, finalmente, Inglaterra fueron capaces de mantener ejércitos enormes. Los gobernantes islámicos del imperio otomano y los asiáticos, fundamentalmente China y la India aunque también destacamos Japón,  no dedicaron todas sus energías a la guerra y prestaban servicios a sus súbditos en mayor medida que los europeos. En ningún caso llegaron a cumplir las condiciones expuestas por el autor para conseguir crecer a raíz de fuertes innovaciones. Esto los llevaría a un estancamiento que los posicionó por detrás de las potencias europeas. 

Dentro del continente asiático, por el contrario, China fue siempre una potencia hegemónica y la única amenaza seria para su estabilidad provenía de las estepas lo que condujo al Imperio Chino a desarrollar una estrategia militar concreta: utilizar arqueros abandonando las técnicas que desarrollaron continuadamente los europeos. 

Las técnicas militares que proporcionaban ventajas a los europeos no eran de utilidad a los emperadores chinos para enfrentarse a los pueblos nómadas. Esta fue la principal razón de su poca innovación militar. Además, ni en Asia ni en el imperio otomano el poder de los reyes estaba limitado suficientemente por los nobles o los comerciantes lo que redujo la capacidad fiscal de esos estados en relación con los europeos. Y lo más notable es que estas condiciones europeas se prolongaron ininterrumpidamente durante varios siglos. Aunque pudieron darse esporádicamente en algunas otras regiones del mundo, en ninguna se mantuvieron durante suficiente tiempo. 

Las técnicas militares a las que Hoffman hace referencia incluyen no solo los avances en artillería, como cañones por ejemplo, o en armas de fuego sino sobre todo en técnicas logísticas y de estrategia y organización de la infantería y en lo relativo a barcos de guerra y construcción de fortalezas militares. 

Tampoco hay duda de que los europeos tenían no solo la capacidad sino también los incentivos para lanzarse a las conquistas extraeuropeas (es decir, en los términos del autor, el premio de lanzarse a las conquistas ultramarinas era enorme) mientras los asiáticos nunca consideraron que hubiera nada en Europa que fuera de su interés al margen de los metales preciosos que los europeos les traían en abundancia a cambio de sus sedas, algodones, té y, sobre todo al principio, especias.

Sin embargo, el concepto más importante que toca el libro y del que hace alusión el autor durante toda su reflexión es a la “gran divergencia”, a través del cual se puede realizar un análisis comparativo de los sistemas económicos asiático y europeo perfectamente. Y es que, hasta estos cien años no podríamos encontrar signos de una gran desigualdad en términos económicos entre ambos contextos, de manera que su evolución fue paralela, teniendo en cuenta las diferencias sutiles y menos trascendentales que pudiéramos encontrar a otros niveles.

Sin embargo, con la llegada de los cambios producidos en el siglo XVIII en Europa, y de forma más concreta en Inglaterra al calor del estallido de la Revolución Industrial, vamos a señalar un cambio radical, una gran divergencia que conlleva una bifurcación de caminos entre ambos mundos, siguiendo cada uno de ellos una evolución diferente a partir de ese momento. Es así como encontramos una superioridad a nivel tecnológico y económico del mundo europeo frente a China y Asia en general en todo el siglo XIX y XX que sólo se llega a reducir ligeramente en estos últimos años.


VÍDEO EXPLICATIVO GRAN DIVERGENCIA (pincha aquí).

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